Retro, vicio y subcultura de los 70 a los 90s

sábado, 17 de abril de 2021

Atmósfera cero: Sean Connery también trabajó para la Weyland Yutani

Hoy revisamos en La Retrovisión Atmósfera Cero (Peter Hyams, Outland, 1981), otra de las películas de principios de los ochenta nacidas clarísimamente a la vera del fenómeno Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), que tiene la peculiaridad además de ser un velado remake de otro clásico de los años 50, Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), trasladando el género del western a las insondables fronteras de un oscuro, frío, descarnado y deshumanizado espacio exterior.

Y es que para entender Atmósfera Cero, hay que fijarse primero en lo que significó Alien para el género de la ciencia ficción de exploración espacial, pues sería esta primera que rompería con esa idílica y un tanto romántica e ingenua concepción de lo que sería el futuro de la humanidad entre las estrellas, para mostrar un retrato posiblemente más realista de lo que puede llegar a ser algún día esa hipotética realidad.

Ópera espacial aparte, si la visión de la exploración espacial que se mostraba en obras como 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) entre alegres bailes de pequeños satélites artificiales y estaciones espaciales era más bien en asépticas naves de blanco nuclear dignas de los visitantes portadores de lejía del futuro, Alien fue la primera en imaginar la explotación (que no exploración por amor al arte) del espacio y sus recursos de una forma mucho más realista como algo sucio, peligroso, interesado, inquietante, y sobre todo pesadamente industrial y corporativista.

Tras el éxito de Alien y la aceptación de su cosmovisión (nunca mejor dicho…) como el estándar a seguir que ha influenciado hasta el presente obras como The Expanse (Mark Fergus, 2015), ese mismo es el enfoque y la atmósfera adoptada en la puesta en escena de Atmósfera Cero, y es que más allá de que se trate de un western ambientado en el espacio (cosa de la que hablaremos a lo largo de este artículo), las semejanzas con la obra maestra de Ridley Scott saltan a la vista.

Ya su secuencia inicial con las letras de Outland sobreimpresionadas en pantalla sobre la vacía negrura del espacio, nos recordará a la aparición de las letras de Alien, pero es que a continuación la siguiente toma con el gigante gaseoso de Júpiter, por si no nos habíamos dado cuenta, lo acabará de corroborar… ese plano de Jupíter de fondo se parece incluso a la imagen del menú principal del videojuego basado en Alien, Alien Isolation (2014).

Dirigida por Peter Hyams, un entusiasta del cine espacial y la ciencia ficción que tiene curiosamente en su haber otro título como 2010: Odisea dos (1984), la trama nos transporta a la tercera luna por tamaño de Júpiter, Ío, en donde se asienta una colonia minera que explota los ricos yacimientos de titanio del satélite, tal y como la específica información sobreimpresa (tan parecida a la de los datos de la Nostromo en Alien) nos muestra. Las abundantes similitudes entre Alien y Atmósfera Cero son obvias, y es que como no, la explotación minera está bajo la tutela de la Con-Am, una corporación a lo Weyland-Yutani de Alien, y sus instalaciones son tan sucias, feas, deshumanizadas e industriales como la propia Nostromo.

Una y otra tienen en común también el retrato de las penosas condiciones y duro trabajo de la minería espacial, ya sea por el caso de los tripulantes de una nave refinería en el caso de Alien, o por el de los mineros de la explotación Con-Am 27 de Ío en Atmósfera Cero… los cuales por cierto lucen en gorras y chaquetas parches muy parecidos a los de la tripulación del Nostromo, tan similares como los trajes con escafandra de los mineros de la Con-Am y de los tripulantes del Nostromo… tantas similitudes que me hacen plantearme que gran película de xenomorfos en una luna de Júpiter nos hemos perdido.

“Incluso en el espacio, el principal enemigo es el hombre”

Atmósfera Cero

Pero la trama de esta, más que sobre una cacería de bichos, gira en torno al Marshall William T. O’Niel (Sean Connery) y su año obligatorio de servicio en las instalaciones de Con-Am 27, en donde pronto descubre que múltiples casos de suicidio atribuidos en principio a locura espacial debida a las duras condiciones de trabajo, esconden en realidad algo más detrás… algo no obstante en lo que quizás no sea demasiado prudente indagar en un lugar en el que lo que quiere todo el mundo es pasar desapercibido y cobrar a fin de mes.

Y es que como el director general Mark Sheppard (Peter Boyle) indica en su discurso, aludiendo a las bonificaciones adicionales de los mineros en otro guiño al comentario del tripulante Parker de la Nostromo sobre la “bonus situation”, tanto más contentos estarán tanto los mineros como la compañía cuanto más alta sea la producción, y es que tanto la Con-Am como la Weyland-Yutani parecen compartir la misma falta de escrúpulos respecto a sus asalariados mientras de sacar tajada se trate.

Si de hacer subir la producción se trata, nada mejor que introducir una droga (el polidicloro-eutinol) en la colonia que a la par que suaviza las duras condiciones de los mineros los hace trabajar como bestias sin enterarse, algo que sería fantástico si no tuviera el pequeño inconveniente que también o los convierte en psicópatas o les hace perder la cabeza, lo que explica la creciente oleada de suicidios y episodios escabrosos que se suceden en Con-Am 27.

Siendo esta una cinta en la que pese a la ambientación espacial se prima más la trama policial, se mostrará como O’Niel, íntegro y diligente en su trabajo al contrario que sus ineptos subordinados, será quien pese a todos los impedimentos, y con la ayuda de la cínica aunque pragmática directora médica Marian Lazarus (Frances Sternhagen)  haga ciertos descubrimientos que sacaran a la luz el lucrativo negocio de tráfico de drogas que involucra inequívocamente a la máxima autoridad del lugar, el director Sheppard.

Por seguir con las similitudes entre Alien y Atmósfera Cero, llama la atención como durante su investigación O’Niel también interroga a un computador al más puro estilo HAL9000 o Madre del Nostromo, a la par que se hace un involuntario guiño a su antiguo personaje de James Bond con el “solo para tus ojos” con el que la computadora le muestra los informes, y es que en 1981 también se estrenaba, pero con Roger Moore, James Bond: Solo para sus ojos (For your eyes only, John Glen, 1981). No deja de ser una expresión anglosajona común… pero ahí queda la duda de si algo tendrá que ver.

Retomando el hilo de la trama, y como no podría ser de otra forma, el descubrimiento de la implicación del director de la explotación minera en un sórdido negocio de tráfico de drogas, complicarán innecesariamente la vida del incorruptible O’Niel, y que si ya de por sí este se encontraba más solo que la una tras el abandono de su mujer desde el primer momento de metraje, lo acabará abandonando hasta el desodorante en una cruzada a la que nadie (incluso él en ocasiones) ni encontrará sentido ni prestará soporte, lo que nos lleva al comentado velado remake de Solo ante el peligro y su leitmotiv de anteposición del cumplimiento del deber a cualquier precio ante cualquier otra elección más racional.

Si Will Kane (Gary Cooper) esperaba un tren, William T. O’Niel esperará ansiosamente la llegada de la lanzadera de suministros con los esbirros contratados por Sheppard para encargarse de él, reproduciendo el mismo esquema del western original en el espacio, de una forma satisfactoria pero que conduce a la previsible conclusión de una trama por otro lado bastante simple y lineal durante todo el metraje.

Una pregunta recurrente cuando se compara Alien con Atmósfera Cero, es la de por qué si Alien fue un éxito, Atmósfera Cero es más recordada con pena que por gloria. La respuesta es que siendo honestos la historia de Atmósfera Cero no resulta de gran interés, y en realidad a nadie importa más que a su propio protagonista que como íntegro policía se toma el caso tan a pecho, cuando en realidad, para como le dice todo el mundo, al final no cambiar nada y largarse sin conseguir nada, si acaso sobrevivir en un lío que se ha metido él mismo sobre el que no consigue ni llevar ante la ley al responsable de tanta oleada de suicido y psicopatía que en realidad no parece importar demasiado a nadie. Semejante panorama no es que transmita pintado así nada demasiado épico o memorable.

Si bien la película obtuvo hasta una nominación al Óscar por el mejor sonido e introdujo algunas mejoras técnicas que serían utilizadas en otras películas de la década, su acogida fue posiblemente por estas razones más bien tibia y algunas críticas directamente la destrozaron sin piedad. Cierto es además que comparada con la glorificada Alien, evidentemente la de Ridley Scott fue la precursora en su opresiva e inquietante imagen de ese sucio e industrial futuro de explotación espacial, y en este sentido el mérito de Atmosfera Cero no es propio, sino que está en seguir el camino marcado.

De entre lo más destacable encontramos las interpretaciones de Sean Connery y Frances Sternhagen. Connery, que se encontraba en ese momento de dejar definitivamente el papel de James Bond, aunque lo interpretaría por última vez en Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983), fue nominado  al premio Saturn a mejor actor, aunque aún no había interpretado los papeles que lo llevarían a las mayores cotas de éxito en su madurez como El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986), que le valdría el BAFTA a mejor actor o Los Intocables de Elliot Ness (Brian de Palma, 1987), en el que se llevaría el Óscar a mejor actor de reparto. Sternhagen si que ganaría el premio Saturn al que sería nominada como mejor actriz secundaria, y es que Lazarus como comparsa cínica de O’Niel destaca entre el resto de más bien soso reparto.

Para acabar, y siguiendo la tónica comparativa entre Alien y Atmósfera Cero, hay un último apartado en que de nuevo resulta más que obvia esta, por llamarla amablemente, inspiración en la película de Ridley Scott rodada solo dos años antes: la música de Jerry Goldsmith, presente en la banda sonora de ambos títulos, totalmente instrumental en ambos casos, y que en el caso de Atmósfera Cero recuerda en algunos cortes tanto a la de Alien, que juraría que Goldsmith se está autoplagiando.

No deja de ser curioso revisar una cinta tan descaradamente inspirada (por ser benevolente) en Alien, el octavo pasajero, y la estela del éxito que dejó tras de sí. Lástima que el interés por la trama no esté a la altura de ese sucio e industrial futuro, pues si como película policiaca y remake velado de Solo ante el peligro quizás no acabó de funcionar, otra historia de ciencia ficción más dura podría haber funcionado. ¿Y a vosotros que os pareció queridos retrovidentes?

sábado, 10 de abril de 2021

The Stand, de Stephen King: 1994 vs 2020

Como seguro que muchos de vosotros ya sabréis, al principio de este año se materializaba por fin el proyecto que venía tiempo anunciándose sobre la nueva adaptación de la que quizás sea una de las obras más importantes de Stephen King, su extensa novela río Apocalipsis (The Stand, 1990).

En principio, el formato para esta nueva adaptación se proponía a modo de proyecto cinematográfico que, a buen juicio dada la complejidad y longitud de la novela original, ha acabado convirtiéndose, como aquella, en una revisión de la antigua ya existente adaptación de 1994 para la pequeña pantalla, no solo con el objetivo de actualizar la obra a los tiempos presentes, si no para darle de paso un enfoque más novedoso.

“¿Y qué escabrosa bestia, llegada al fin su hora, se arrastra hasta Belén para nacer?”

William B. Yates – El segundo advenimiento

Como gran seguidor y entusiasta del trabajo que ya durante casi cinco décadas lleva desarrollando Stephen King, la de Apocalipsis era una adaptación que estaba esperando con especial interés, al tratarse además de una de mis novelas favoritas del escritor de Nueva Inglaterra. Mi devoción es tan absoluta por el escritor de Maine, que creo fervientemente que algunas de sus inspiradas obras han trascendido hasta el punto de ser una pieza clave de nuestra percepción de la cultura popular de los ochenta hasta nuestros días. Sin duda, es por esa forma suya de escribir popular y cercana que ha enganchado generación tras generación de lectores constantes, como él gusta de llamar a sus seguidores.

Más aún, soy del parecer, aunque quizás pueda resultar hasta exagerado (aunque me consta que no soy el único que lo piensa), que por sus logros narrativos debería algún día recibir el premio Nobel de literatura del que sin duda es merecedor por su contribución a las letras (americanas en particular, pero universales en general), y es que lo comercial, y en su caso lo cuantioso por lo pródigo (rumores nunca demostrados de negros aparte…), no tiene por qué estar reñido con la calidad, pues legiones de lectores no pueden estar tan equivocados.

Cierto es que no todo son elogios y muchos son los críticos que pese a que están de acuerdo en que Stephen King es un maestro desarrollando tramas y personajes (sin duda es uno de sus fuertes), argumentan que no son pocas también las ocasiones en las que pincha con finales decepcionantes tras cientos de páginas de expectativas creadas y subtramas no siempre concluidas de una forma satisfactoria. La verdad es que algo de razón hay en eso, y en algunas ocasiones encontramos en efecto ejemplos como el de la conclusión de su saga de la Torre Oscura, en la que quizás no vamos a disfrutar del final imaginado tras siete libros acompañando a Roland Deschain (por no decir que nos vamos a quedar con el culo torcido), pero es innegable que el puntual encuentro de algún final mejorable no tiene por qué estropear el viaje, que al fin y al cabo es lo que importa… ¿verdad, Lector Constante?

Volviendo a The Stand, que es de la obra sobre la que pretendo escribir en detalle en este artículo, se llamó aquí en España La Danza de la Muerte (The Stand, Stephen King, 1978), y podría decirse  que su temática está por desgracia de rabiosa actualidad, y es que no en vano el propio Stephen King tuvo que salir al paso de las especulaciones que comparaban el dichoso Sars-Cov2 con el Capitán Trotamundos al inicio de la pandemia.

Y es que el protagonista que da pie precisamente a una de las más famosas novelas de King es un virus de la gripe potenciado (llamado Capitán Trotamundos o supergripe), que creado en un laboratorio escapa por un accidente en la seguridad, acabando en segundos con todos los científicos del complejo secreto en el que se estaba desarrollando y en pocas semanas con el 99,9% de la población mundial.

De forma muy resumida, y para dar una pincelada sobre la trama a quien se acerque por primera vez a esta obra de Stephen King, en eso consiste precisamente el argumento de la novela: el virus desarrollado en esas instalaciones militares secretas del gobierno de los Estados Unidos, escapa tras un accidente, con la mala suerte de que Charles D. Campion, guarda de seguridad de las instalaciones, presencia como todo el personal de los laboratorios subterráneos perece en apenas segundos, dándole tiempo sin embargo a este a escapar del complejo sin saber que está ya infectado… y esparciendo de esta forma el virus letal con él conforme cruza medio país en su huida, parando toda posibilidad de contención literalmente desde que paró por primera vez a comer una hamburguesa.

“Los síntomas son muy comunes –dijo, y comenzó a enumerarlos con los dedos, que fue extendiendo delante de él como un abanico hasta llegar a diez – Escalofríos. Fiebre. Dolor de cabeza. Debilidad y cansancio general. Pérdida del apetito. Micción dolorosa. Inflamación progresiva de los ganglios. Hinchazones en los sobacos y la ingle. Respiración fatigosa... –Se quedó mirando a Nick – Son los síntomas del resfriado común, de la gripe, de la neumonía. Nosotros podemos curar todas esas cosas, Nick. A menos que el paciente sea muy joven o muy viejo, o se halle debilitado por una enfermedad anterior, los antibióticos consiguen curarlo. Pero con esto no. Acomete al paciente de una forma rápida o lenta, eso no parece importar. Nada sirve de ayuda. La cosa progresa, sube, desciende de nuevo, aumenta el debilitamiento, las inflaciones van a más. Y al final la muerte. Alguien ha cometido un error. Y están tratando de ocultarlo.”

The Stand - Stephen King

El virus, con una contagiosidad y letalidad extremas, se manifiesta en las víctimas como una gripe que ocasiona que el paciente, pese a aparentes mejorías, empeore una y otra vez, hasta acabar muriendo de agotamiento. En medio de toda esa masacre vírica, algunas personas resultan ser inmunes, y se alinearan junto a la Madre Abigail (Buby Dee – Whoopi Goldberg) o Randall Flagg (Jamey Sheridan – Alexander Skarsgard) en la lucha definitiva entre el bien y el mal… en algo así como una partida de ajedrez disputada entre Dios y el Diablo, siendo este por otra parte otro de los temas recurrentes del novelista de Maine.

Por su calidad, complejidad, extensión… Apocalipsis es considerada por muchos de sus fans (entre los que me incluyo) no solo como una de las obras más importantes de Stephen King, sino que también en cuanto a su calidad, una de las mejores que ha escrito. De hecho ha sido una obra revisada y multiversionada, pues existen dos versiones de la novela sobre la fuga del virus del Proyecto Azul (que es como realmente se llama al proyecto militar secreto del Capitán Trotamundos).

La primera versión de la novela, fue publicada originalmente como la ya mencionada Danza de la Muerte, en 1978, como reelaboración y ampliación de la idea original de una narración corta (Marejada Nocturna), incluida en El umbral de la noche (Night Shift, 1978). Esta primera entrega, para hacer más digerible la narración, dejó en el tintero gran parte del material de soporte escrito, y no fue hasta 1990 cuando se recuperaría todo este material extra reeditando la novela con el nombre de Apocalipsis (Stephen King, 1990). Aparte de incluir todo este material existente que dan más contexto y profundidad a muchos de los personajes, se actualizarían todas las referencias culturales tan habituales en las novelas de King para trasladar la ambientación a los años noventa desde los tardíos setenta de la original, esta vez sí, resultando en un volumen de más de mil páginas de manuscrito.

En cuanto a lo que podríamos llamar como mi experiencia personal, recuerdo que este fue uno de los primeros libros con el que sentí pena al acabarlo. Leí esta novela por primera vez cuando debía tener unos quince o dieciséis años, y volví a releerla justo hace un año cuando esta lacra pandémica que tenemos encima empezó. Obviamente, pese a conocer la historia y estar ya familiarizado con la obra de King, me sorprendió por no recordarlo de esa forma, o no ser consciente por aquel entonces, lo bien escrita que está Apocalipsis, y es que contiene párrafos enteros de prosa y diálogos que son simple y llanamente magistrales, no ya solo por su perfecto estilo, si no por su realismo y verosimilitud: la presentación descriptiva del hombre oscuro y su conflictivo activismo, los pasajes sobre la propagación del virus a través de un simple viajante que tras cruzarse con Campion va expandiendo la muerte a su paso, la conversación entre Nick Andros y el médico de Shoyo sobre la naturaleza de la enfermedad y la imposibilidad de vencerla… ejercicios de estilo incontestables que prueban que no es ningún delirio que pueda pensarse en King como un candidato serio a los más altos galardones de la prosa, y es que no en vano obras de King como It (Stephen King, 1986) han sido comparadas ya con las de escritores galardonados con el Nobel como Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad o ya puestos en el caso de Apocalipsis, con El Amor en los tiempos del cólera.

Ya fuera por oportunismo o morbo, lo cierto es que no parece que fuera yo el único al que le parecieran estos extraños tiempos el momento oportuno para revisitar la vieja historia de Stephen King, pues después de tantos años de va y vienes mareando el proyecto sobre la nueva adaptación, de la mano de la CBS a través de Starzplay llegaba este año el remake en forma de serie episódica de esta historia que ya había sido versionada con gran calidad y éxito en 1994. Y es aquí en donde siempre volvemos a la eterna discusión sobre qué sentido tiene rehacer obras que sin lugar a dudas se sostienen aún solas por sí mismas, y en ese sentido de nuevo el oportunismo y la falta de nuevas ideas parece la razón evidente.

Una vez diferida la nueva versión, las comparaciones como siempre son odiosas, pero es que tengo que decir que pese al interesante nuevo enfoque y atractivo montaje y fotografía de la nueva adaptación de Josh Boone, me quedo con la primera versión del veterano Mick Garris (The Stand, 1994), cuya fidelidad a la obra y personajes en cuanto a carisma siguen estando a años luz en comparación a esta reimaginación moderna.

Y es que precisamente, aunque el enfoque de saltos temporales para explicar la plaga en la nueva versión puede resultar interesante para el conocedor de la obra (pero muy difícil de seguir para quien se acerque por primera vez), uno de los temas más controvertidos e hirientes para los veteranos, será la caracterización de los personajes y la revisión que se hace de algunos de los sucesos de la historia, que difieren totalmente de versión a versión, y en muchas de las ocasiones para mal.

Sobre los personajes, las exigencias de las cuotas y de la corrección política e inclusión, imponen que ciertos personajes cambien en esta nueva versión su raza y género en favor de la diversidad mal entendida. Sintiéndolo mucho, después de llevar casi treinta años imaginando a personajes como Larry Underwood (Adam Storke en el original frente a Jovan Adepo), Nick Andros (Rob Lowe en el original frente a Henry Zaga) o Ralph Brentner (Peter van Norden frente a Irene Bedard) de cierta forma, e interiorizándolos como eran mostrados en la versión de los noventa (tal y como eran descritos en la novela), se me hace muy difícil de digerir que ahora sean retratados de forma tan diferente a como fueron descritos en la obra original…

También el nuevo retrato hecho de los antagonistas (la madre Abigail y Randall Flagg) y el cambio de tono de algunos personajes, como el de Lloyd Henreid (Mel Ferrer en la primera adaptación, frente a Nat Wolff en la nueva versión), que parece una caricatura de sí mismo, o Glen Bateman (Ray Walston frente a Greg Kinnear), mucho más acorde al original en la primera adaptación, se hacen difíciles de entender… al menos puedo decir que la nueva interpretación de Tom Cullen (Brad Wiliam Henke en la nueva versión), es decir, L-U-N-A, es de las pocas que me ha sorprendido gratamente.

Con algunos de los principales sucesos pasa otro tanto de lo mismo. Por citar algún ejemplo ilustrativo, toda la situación alrededor del forzado cautiverio de Stu Redman (Gary Sinise en el original frente a James Marsden) es completamente diferente en una y otra versión siendo incomprensible la relación tan amigablemente absurda desarrollada entre Stu y el jefe médico del CDC en comparación a como se describe esa situación en la obra original. El mismo Stu protagoniza otro innecesario encuentro con el general Starkey (Ed Harris en la original frente a J.K. Simmons), en una forzada explicación sobre el origen de la pandemia. Es particularmente bizarra otra situación un tanto surreal que involucra la aparición de la nueva madre Abigail (Whoopi Goldberg), en su hogar, Hemingford Home... quien haya visto la nueva versión y conozca la novela original sabrá a qué me refiero.

Tampoco se trata de dar a entender que la nueva adaptación de la obra de King es intolerable, y es que pese a todos los cambios de trama y caracterización de personajes, encontramos aún por lo menos un par o tres de cosas que hacen que aún valga la pena su visionado aunque sea por esta tan odiosa actividad de comparar. La primera, es el obvio lavado de cara, y es que más allá de la cuidada factura técnica y su fotografía, esta nueva versión hace olvidar algunos vergonzantes efectos especiales de la versión original que ya en su época no es que estuvieran muy logrados. La segunda cosa buena, y a mi juicio el mayor acierto, es todo el último capítulo, del que no diré gran cosa más que recupera un fragmento de la obra original de King que no había sido plasmado en la versión de 1994 y que el hecho de encontrarlo incorporado en esta nueva versión me alegró el día.

Si seguimos con las cosas buenas, la tercera es su banda sonora, especialmente como acompañamiento a los títulos de crédito finales de cada episodio, y recuperando en uno de esos cierres la canción que va como anillo al dedo a esta obra de Stephen King: el Don’t Fear the Reaper, pieza de rock clásico de Blue Oyster Cult (Agents of Fortune, 1976), que en la versión original acompaña todo el macabro travelling por el laboratorio en esa escena introductoria segundos después de que el virus haya escapado.

“Y más tarde, cuando detuvieron a los escasos supervivientes del grupo, lo único que éstos atinaron a decir fue que había habido alguien importante, quizá sólo un aliado ocasional: un hombre sin edad, un hombre a quien a veces llamaban el Dandy...”

The Stand - Stephen King

En cuanto a longitud de metraje, la diferencia acaba no siendo tan notable. Si la versión de 1994 se dividía en cuatro partes de una hora y media de duración aproximadamente cada una, esta nueva adaptación cuenta con nueve episodios de unos cincuenta minutos, siendo el noveno realmente un extra que supone ese sorprendente plus respecto a la primera adaptación para televisión de la novela. Donde radica la diferencia notable es en el enfoque que se le da a la narración. Como antes comentaba, esta nueva versión se apoya en flashbacks que muestran los días de la plaga, por lo que un acercamiento en este formato para un desconocedor de esta obra de King puede resultar bastante confuso y difícil de seguir.

No es que reniegue por sistema de remakes cuando tienen sentido y son claramente superiores a la obra original a la que readaptan. En la historia del cine hay muchos ejemplos, como El cabo del miedo o La Cosa (que es remake de El Enigma de otro mundo), pero la realidad suele demostrar que abundan más los remakes totalmente innecesarios que los que mejoran la obra original, y en esta nueva adaptación de The Stand, esa necesidad se me hace difícilmente justificable.

Además, a los que la novela original de Stephen King y sus dos adaptaciones televisivas les haya sabido a poco, existe también desde 2011 (originalmente creado por Marvel e importado por Panini Comics) otra adaptación en cómic que reproduce de una forma totalmente fiel el libreto (o más bien librazo…) original del escritor de Maine, con un dibujo de Mike Perkins coloreado de forma realista por Laura Martín que plasma con devoción las páginas de la novela.

Lo que está claro es que no descarto que con el panorama vírico que estamos viviendo presenciaremos un resurgir del cine de género pandémico, empezando con este claro remake oportunista ¿Y vosotros qué opináis queridos retrovidentes? ¿Habéis visto la nueva adaptación de la obra de Stephen King y conocíais la original? ¿Cuál os ha gustado más? Dejadnos vuestros comentarios hasta más ver en el próximo artículo de La Retrovisión.

jueves, 1 de abril de 2021

80s Apocalípticos: 5 películas sobre la Guerra Nuclear

A principios y mediados de los ochenta, durante lo más tenso de la Guerra Fría que enfrentaba a los Estados Unidos con la Unión Soviética, la amenaza de una guerra nuclear que supondría una destrucción mutua asegurada y de paso la extinción de la humanidad y todo tipo de vida no era solamente algo posible, sino algo sobre lo que se llegó a pensar que era realmente probable en algunos de los peores momentos, y que la única pregunta ante la certeza, era el cuando.

Ciertamente, no era un pánico infundado, y es que con el tiempo, se han conocido sucesos que estuvieron a punto de desencadenar una guerra nuclear, como los de Able Archer (1983), relatado de pe a pa en la primera temporada de la excelente Deutshcland 83 (Edward Berger, Samira Radsi, 2015) como unos ejercicios militares de la OTAN que fueron tomados por la inteligencia soviética como los primeros compases de un inminente ataque nuclear, o el llamado como incidente del equinoccio de otoño en el mismo año, en el que un fallo en los sistemas de detección temprana soviéticos informó dos veces del lanzamiento de un misil fantasma desde las bases americanas.

“If I could find a souvenir, Just to prove the world was here. And here is a red balloon, I think of you and let it go…”

99 Red Balloons - Nina

Viéndolo en perspectiva, parece un auténtico milagro que continuemos vivos, y aunque es una amenaza que con la desaparición de la Guerra Fría entre los bloques entonces dominantes ha disminuido, no es algo totalmente descartable a día de hoy y se refleja aún en la cuenta del Reloj del Apocalipsis (que marcaba a final de 2020 las 23:58:20, a 100 segundos de la medianoche que simboliza el fin del mundo), junto a la amenaza de otros problemas como el cambio climático y el calentamiento global.

A consecuencia de aquellos tiempos en los que la sociedad percibía como una amenaza real el holocausto atómico, se generó todo un género apocalíptico alrededor de este temor que trataba de concienciar (al tiempo que horrorizar) sobre las consecuencias de un intercambio nuclear a gran escala. Incluso prominentes científicos de la época, entre los que se contaba Carl Sagan, debatían de cuáles serían los irreversibles y fatales efectos de semejante desenlace, conferencias y estudios que dieron lugar a las hipótesis de, por ejemplo, el invierno nuclear.

Aunque no era algo nuevo, y ya durante los cincuenta, coincidiendo con otro periodo de gran tensión durante la Guerra Fría, hubo algunos precedentes tanto en la literatura como en el cine, por ejemplo con la novela de Nevil Shute, La hora final (On the beach, 1957), llevada al cine por Gregory Peck y Ava Gardner en película homónima (On the beach, Stanley Kramer, 1959) o la genial aunque bastante desconocida novela Cántico por Leibowitz (Walter M. Miller, 1960), las películas sobre el tema enlos ochenta adquieren una dimensión hasta entonces nunca vista de activismo y denuncia social, destacando especialmente por su crudeza y realismo.

De entre el amplío repertorio de películas apocalípticas de esta época, más concretamente centradas en el miedo a la amenaza nuclear que tanto obsesionó en la época, he escogido cinco títulos imprescindibles que reflejan muy bien ese género, producto de su tiempo:

El día después (Nicholas Meyer, The Day After, 1983): Posiblemente la película más conocida, y la que fomentó el fenómeno de películas apocalípticas basadas en el miedo al holocausto nuclear. Marcó un antes y un después en el género, y se erigió por si misma en el referente a imitar, siendo posiblemente Testamento Final (Testament, 1983), que también comentaré, la que más paralelismos establece con esta, aunque quizás con un enfoque más intimista.

Originalmente, fue planteada como una película de la ABC de los Estados Unidos para televisión, pero la gran acogida que tuvo en cuanto a público (con más de 100 millones de televidentes) y crítica, motivó su estreno en los cines de Europa con un gran éxito de taquilla. Es de hecho una película que creó mucha expectación en su época, e incluso una gran controversia en cuanto a su conveniencia en plena Guerra Fría… como hecho curioso, en la genial serie The Americans (Joseph Weisberg, 2013), ambientada en los Estados Unidos del mandato de Ronald Reagan, se dedica todo un episodio a la emisión de esta película, retratándose como un acontecimiento de la época.

En cuanto a medios, El día después es de largo en la que más se nota por su calidad que ha habido una gran inversión detrás, lo que le valió en 1984 la nominación a 10 premios Emmy, incluyendo los de mejor telefilme, dirección y guion, ganando finalmente dos solo en categorías menores.

En este caso la escalada, se narra mediante hechos presentados a través de los televisores de los diferentes personajes, y se produce cuando la Unión Soviética mediante la realización de lo que insiste en ser unos ejercicios militares, acaba estableciéndose tras las fronteras de Alemania del Este en un bloqueo con el objetivo de intimidar a las fuerzas del ejército norteamericano estacionadas en el lado occidental. Aunque en esta historia los soviéticos son los que establecen un bloqueo en Alemania Oriental, son los americanos los que acaban invadiendo este país, dando lugar a la escalada… esto si, lo que no se aclara en último término es quien fue el primero en ordenar un ataque nuclear total.

El drama humano se concentra en la población de los estados de Kansas y Missouri, Estados Unidos, más concretamente en el pequeño pueblo de Lawrence y la capital del estado, Kansas City. Si crudeza y realismo eran las banderas de esta producción, las escenas dantescas (aunque también melodramáticas) ni mucho menos escasean: escenas de pánico de la población de Kansas ante la caída de los misiles, un hospital colapsado de heridos que ríete del coronavirus, un niño ciego por mirar hacia la explosión de uno de los artefactos, una novia que tenía que celebrar su boda enloquecida y otras tantas escenas para no dormir. Si hay que ver alguna, es esta, es el referente.

"¿Hola? ¿Hay alguien ahí? alguien, vivo"

Dr Huxley - El día después

Testamento Final (Lynne Litman, Testament, 1983): Si quieres presenciar el infierno en la tierra, esta es tu película. En palabras del título de una crítica que leí, si querías realismo, toma cucharada y media. Partimos de la misma premisa, la malvada Unión Soviética sin mediación previa, decide darle un día al botón rojo a ver qué pasa. Desde ese momento veremos una normalidad más o menos intacta durante los primeros días en un barrio residencial de alguna típica ciudad dormitorio de la periferia de Los Ángeles, en donde se desarrolla la acción, hasta un nivel de degradación y desesperación insoportable tras meses después de las explosiones.

Aquí no encontraremos grandilocuentes estridencias más al estilo de El día después, ni explosiones, ni misiles volando. Sutilezas como la de algo tan aparentemente inocente como levantarse un día y que el televisor no funcione, serán los primeros indicios de que algo terrible ha sucedido, junto a otras metáforas más obvias como la del marido y padre que como cada día se ha ido a trabajar a la gran ciudad y ya no vuelve, simbolizando la pérdida.

La cinta sigue precisamente la interrumpida (en principio) cotidianeidad de una familia de clase media americana, y como debe organizarse con la ayuda de sus vecinos para hacer frente al cataclismo acaecido. Una vez más se demostrará que los vivos envidiarán a los muertos en una situación que sobrepasa a cualquier persona en sus cabales, conforme la situación de forma inevitable se degrada por momentos.

El resultado, un rosario de dolorosas escenas de atrocidad insoportable conforme los en principio bien organizados miembros de la comunidad empiezan a caer irremisiblemente uno a uno a causa de la contaminación radiactiva, eso sí, en silencio, con una aceptación encomiable de los muertos y un desespero cada vez mayor de los supervivientes que desearían haber muerto el primer día. A destacar la aparición de un totalmente desconocido Kevin Costner y la conmovedora escena entre el reverendo y la madre de familia. Otra cinta a evitar antes de ir a la cama.

Miracle Mile, 70 minutos para morir (Steve De Jarnatt, Miracle Mile, 1988): Dentro de la flagelación del género, es la que menos en serio se toma a sí misma y más se aproxima a una apocalíptica aventura ochentera que parte de una premisa bastante bizarra: a altas horas de la madrugada, un hombre que por casualidad pasaba por allí, coge una llamada telefónica que sonaba en una anónima cabina callejera, y su interlocutor resulta ser un soldado de un silo de misiles que alerta de que acaba de ponerse en marcha una guerra nuclear. En 70 minutos el mundo conocido dejará de existir para convertirse en un páramo radiactivo.

Así se da comienzo a la peor cita de la historia, y es que, para más inri, el protagonista de la cinta es un loser que ha perdido la cita que tenía con una camarera del café Miracle Mile (de ahí el título…) por quedarse dormido. Tras la llamada de que los rusos han iniciado un ataque nuclear, el pobre hombre intentará convencer a todo el que con quien se cruce que los chuzos de punta atómicos están a punto de caer, y evidentemente todo el mundo creerá que está loco, lo que se mostrará con todo un catálogo de aparatosas escenas de crueldad intolerable.

Por lo menos es una cinta de visión más llevadera ya que el desenlace inevitable ocurre al final, con una última y agónica escena de la pareja protagonista. El tono más ligero, aunque aún grave por la situación, se ameniza con música original de Tangerine Dream, siendo esta la más soportable de las propuestas de este artículo. Apta para sensibles.

Threads (Mick Jackson, Threads, 1984): Si Testamento Final ya era dura, este tocho en toda su grotesca perversidad es un puñetazo de realismo extremo en toda la boca. Tal es el mal cuerpo que produce su visionado, que esta producción de la BBC que se presenta en formato de falso documental, constituye muy posiblemente la película más perturbadoras jamás rodada.

Enfocada de una forma hiperrealista, el metraje plasma la escalada de un conflicto entre los Estados Unidos y la Unión Soviética con todo lujo de detalles, desde una escaramuza inicial convencional, a un intercambio nuclear controlado, que pronto da paso a una guerra nuclear abierta, siguiendo lo que pasa desde la ciudad de Sheffield.

Aquí si que nos vamos a cansar de ver explosiones nucleares desde todos los ángulos posibles con todo lujo de detalles y estadísticas sobreimpresas en pantalla. A partir de ese momento, el falso documental se convierte en una de las cosas más bestias que he visto jamás en una pantalla, narrando en toda su tremebunda magnitud todos los pormenores y consecuencias del día después. Aquí si que hay saqueos y una sociedad que acaba degenerando en una especie de Mad Max hasta sumirse en una nueva edad oscura.

Largometraje difícil de encontrar (casi hay que dar gracias por ello), por lo menos en español, solo apto para apocalípticos recalcitrantes y amantes del exceso. El mal cuerpo que deja hasta en los más curtidos el visionado de Threads, en sus casos más extremos, puede derivar en depresión crónica.

Cuando el viento sopla (Jimmy T. Murakami, When the wind blows, 1986): Una película de animación que hoy se consideraría dirigida no a niños precisamente pese a su valor pedagógico, cosa que me da que pensar que en algún lugar debe existir una legión de niños aproximadamente de mi edad traumatizados con esta cinta, muy posiblemente puesta sin conocimiento como inocentes dibujos animados por algún padre ochentero en el inmarcesible vídeo VHS familiar. Si bien quizás pueda catalogarse como la menos atroz de la colección de horrores aquí presentada, no por ello la conclusión de su visionado deja mejor cuerpo que el resto.

La acción se centra en una pareja de jubilados que viven apartados en algún lugar de la Inglaterra rural, cuando algún conflicto ajeno a su rutina escala de tal forma que acaba dando lugar a una guerra nuclear. Las personas no dejan de ser animales de costumbres, y confiados en sus vivencias de jóvenes durante la Segunda Guerra Mundial y una total confianza en el gobierno, no muestran ninguna preocupación y siguen como si nada con sus quehaceres cotidianos, sin comprender la dimensión trágica y diferencial de una guerra que pese a lo que creen por su experiencia no han conocido hasta ahora.

Cuando el anciano de la pareja parece ser el primero y único en comprender lo que está pasando, volcará todo su empeño en impedir que su aún más ingenua mujer se dé cuenta de la terrible realidad, y es que no hay nada peor que sobrevivir al primer minuto de una guerra nuclear por vivir en un sitio apartado que no ha sido directamente destruido, pero que será alcanzado por la contaminación provocando una muerte lenta y agónica.

Según avanza la cinta y como era de esperar debido a la lluvia radioactiva, el estado de los entrañables abuelos se degrada a ojos vista del cada vez más depresivo espectador, mostrando algunas de las consecuencias de la contaminación a la que son expuestos hasta agravarse y terminar en el inevitable desenlace, solos, en la oscuridad… pues no hay salvación posible. Recomendada para masoquistas de la animación a los que La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1988) les supo a poco.

Más allá de estas producciones que buscaban retratar de una forma realista las consecuencias de un plausible conflicto que podía escalar hasta un conflicto nuclear en el que la destrucción mutua estaba asegurada, no se puede negar que esa preocupación real era durante los años de la Guerra Fría una innegable fuente de inspiración y tema de moda del que beben obras icónicas como Mad Max (George Miller, 1979) o The Terminator (James Cameron, 1984), con una evidente influencia en la cultura popular de los tardíos setenta y de la década de los ochenta y su cine…

Pero no es que solo en el cine, pues encontramos así mismo ejemplos en la animación con obras como Conan, el niño del futuro (Hayao Miyazaki, Mirai Shonen Konan, 1978) o incluso en la música, con el 99 Red Balloons de Nina (y su estremecedora letra) por citar uno de los ejemplos más conocidos, sin entrar ya en autores como Iron Maiden o Megadeth (por otra parte con un nominativo claramente ligado a la jerga nuclear).

Para mí no deja de ser otra prueba más de que pese a esta macabra inspiración los ochenta fue una década irrepetible que nos dejó mediante una influencia de miedos colectivos en la cultura popular obras irrepetibles consideradas de culto hoy en día. ¿Viviste tu esos tiempos lejanos en primera persona, querido retrovidente? ¿Eres de los que aún se acuerda de ver a Reagan y Gorbachov en los telediarios hablando sobre desarme nuclear? Háblanos de tus recuerdos hasta la próxima entrega de La Retrovisión.