Atmósfera cero: Sean Connery también trabajó para la Weyland Yutani
Hoy revisamos en La Retrovisión Atmósfera Cero (Peter Hyams, Outland, 1981), otra de las películas de principios de los ochenta nacidas clarísimamente a la vera del fenómeno Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), que tiene la peculiaridad además de ser un velado remake de otro clásico de los años 50, Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), trasladando el género del western a las insondables fronteras de un oscuro, frío, descarnado y deshumanizado espacio exterior.
Y es que para entender Atmósfera Cero, hay que fijarse
primero en lo que significó Alien para el género de la ciencia ficción de
exploración espacial, pues sería esta primera que rompería con esa idílica y un
tanto romántica e ingenua concepción de lo que sería el futuro de la humanidad
entre las estrellas, para mostrar un retrato posiblemente más realista de lo
que puede llegar a ser algún día esa hipotética realidad.
Ópera espacial aparte, si la visión de la exploración
espacial que se mostraba en obras como 2001: Una odisea del espacio (Stanley
Kubrick, 1968) entre alegres bailes de pequeños satélites artificiales y
estaciones espaciales era más bien en asépticas naves de blanco nuclear dignas
de los visitantes portadores de lejía del futuro, Alien fue la primera en
imaginar la explotación (que no exploración por amor al arte) del espacio y sus
recursos de una forma mucho más realista como algo sucio, peligroso, interesado,
inquietante, y sobre todo pesadamente industrial y corporativista.
Tras el éxito de Alien y la aceptación de su cosmovisión
(nunca mejor dicho…) como el estándar a seguir que ha influenciado hasta el
presente obras como The Expanse (Mark Fergus, 2015), ese mismo es el enfoque y
la atmósfera adoptada en la puesta en escena de Atmósfera Cero, y es que más
allá de que se trate de un western ambientado en el espacio (cosa de la que
hablaremos a lo largo de este artículo), las semejanzas con la obra maestra de
Ridley Scott saltan a la vista.
Ya su secuencia inicial con las letras de Outland
sobreimpresionadas en pantalla sobre la vacía negrura del espacio, nos
recordará a la aparición de las letras de Alien, pero es que a continuación la
siguiente toma con el gigante gaseoso de Júpiter, por si no nos habíamos dado
cuenta, lo acabará de corroborar… ese plano de Jupíter de fondo se parece incluso
a la imagen del menú principal del videojuego basado en Alien, Alien Isolation
(2014).
Dirigida por Peter Hyams, un entusiasta del cine espacial y
la ciencia ficción que tiene curiosamente en su haber otro título como 2010:
Odisea dos (1984), la trama nos transporta a la tercera luna por tamaño de
Júpiter, Ío, en donde se asienta una colonia minera que explota los ricos
yacimientos de titanio del satélite, tal y como la específica información
sobreimpresa (tan parecida a la de los datos de la Nostromo en Alien) nos
muestra. Las abundantes similitudes entre Alien y Atmósfera Cero son obvias, y
es que como no, la explotación minera está bajo la tutela de la Con-Am, una
corporación a lo Weyland-Yutani de Alien, y sus instalaciones son tan sucias,
feas, deshumanizadas e industriales como la propia Nostromo.
Una y otra tienen en común también el retrato de las penosas
condiciones y duro trabajo de la minería espacial, ya sea por el caso de los
tripulantes de una nave refinería en el caso de Alien, o por el de los mineros
de la explotación Con-Am 27 de Ío en Atmósfera Cero… los cuales por cierto
lucen en gorras y chaquetas parches muy parecidos a los de la tripulación del
Nostromo, tan similares como los trajes con escafandra de los mineros de la
Con-Am y de los tripulantes del Nostromo… tantas similitudes que me hacen
plantearme que gran película de xenomorfos en una luna de Júpiter nos hemos
perdido.
“Incluso en el espacio, el principal enemigo es el hombre”
Atmósfera Cero
Pero la trama de esta, más que sobre una cacería de bichos, gira
en torno al Marshall William T. O’Niel (Sean Connery) y su año obligatorio de
servicio en las instalaciones de Con-Am 27, en donde pronto descubre que
múltiples casos de suicidio atribuidos en principio a locura espacial debida a
las duras condiciones de trabajo, esconden en realidad algo más detrás… algo no
obstante en lo que quizás no sea demasiado prudente indagar en un lugar en el
que lo que quiere todo el mundo es pasar desapercibido y cobrar a fin de mes.
Y es que como el director general Mark Sheppard (Peter
Boyle) indica en su discurso, aludiendo a las bonificaciones adicionales de los
mineros en otro guiño al comentario del tripulante Parker de la Nostromo sobre
la “bonus situation”, tanto más contentos estarán tanto los mineros como la
compañía cuanto más alta sea la producción, y es que tanto la Con-Am como la
Weyland-Yutani parecen compartir la misma falta de escrúpulos respecto a sus
asalariados mientras de sacar tajada se trate.
Si de hacer subir la producción se trata, nada mejor que
introducir una droga (el polidicloro-eutinol) en la colonia que a la par que
suaviza las duras condiciones de los mineros los hace trabajar como bestias sin
enterarse, algo que sería fantástico si no tuviera el pequeño inconveniente que
también o los convierte en psicópatas o les hace perder la cabeza, lo que
explica la creciente oleada de suicidios y episodios escabrosos que se suceden
en Con-Am 27.
Siendo esta una cinta en la que pese a la ambientación
espacial se prima más la trama policial, se mostrará como O’Niel, íntegro y
diligente en su trabajo al contrario que sus ineptos subordinados, será quien
pese a todos los impedimentos, y con la ayuda de la cínica aunque pragmática
directora médica Marian Lazarus (Frances Sternhagen) haga ciertos descubrimientos que sacaran a la
luz el lucrativo negocio de tráfico de drogas que involucra inequívocamente a la
máxima autoridad del lugar, el director Sheppard.
Por seguir con las similitudes entre Alien y Atmósfera Cero,
llama la atención como durante su investigación O’Niel también interroga a un
computador al más puro estilo HAL9000 o Madre del Nostromo, a la par que se
hace un involuntario guiño a su antiguo personaje de James Bond con el “solo
para tus ojos” con el que la computadora le muestra los informes, y es que en
1981 también se estrenaba, pero con Roger Moore, James Bond: Solo para sus ojos
(For your eyes only, John Glen, 1981). No deja de ser una expresión anglosajona
común… pero ahí queda la duda de si algo tendrá que ver.
Retomando el hilo de la trama, y como no podría ser de otra
forma, el descubrimiento de la implicación del director de la explotación
minera en un sórdido negocio de tráfico de drogas, complicarán innecesariamente
la vida del incorruptible O’Niel, y que si ya de por sí este se encontraba más
solo que la una tras el abandono de su mujer desde el primer momento de
metraje, lo acabará abandonando hasta el desodorante en una cruzada a la que
nadie (incluso él en ocasiones) ni encontrará sentido ni prestará soporte, lo
que nos lleva al comentado velado remake de Solo ante el peligro y su leitmotiv
de anteposición del cumplimiento del deber a cualquier precio ante cualquier otra
elección más racional.
Si Will Kane (Gary Cooper) esperaba un tren, William T.
O’Niel esperará ansiosamente la llegada de la lanzadera de suministros con los
esbirros contratados por Sheppard para encargarse de él, reproduciendo el mismo
esquema del western original en el espacio, de una forma satisfactoria pero que
conduce a la previsible conclusión de una trama por otro lado bastante simple y
lineal durante todo el metraje.
Una pregunta recurrente cuando se compara Alien con
Atmósfera Cero, es la de por qué si Alien fue un éxito, Atmósfera Cero es más
recordada con pena que por gloria. La respuesta es que siendo honestos la
historia de Atmósfera Cero no resulta de gran interés, y en realidad a nadie
importa más que a su propio protagonista que como íntegro policía se toma el
caso tan a pecho, cuando en realidad, para como le dice todo el mundo, al final
no cambiar nada y largarse sin conseguir nada, si acaso sobrevivir en un lío
que se ha metido él mismo sobre el que no consigue ni llevar ante la ley al
responsable de tanta oleada de suicido y psicopatía que en realidad no parece
importar demasiado a nadie. Semejante panorama no es que transmita pintado así
nada demasiado épico o memorable.
Si bien la película obtuvo hasta una nominación al Óscar por
el mejor sonido e introdujo algunas mejoras técnicas que serían utilizadas en
otras películas de la década, su acogida fue posiblemente por estas razones más
bien tibia y algunas críticas directamente la destrozaron sin piedad. Cierto es
además que comparada con la glorificada Alien, evidentemente la de Ridley Scott
fue la precursora en su opresiva e inquietante imagen de ese sucio e industrial
futuro de explotación espacial, y en este sentido el mérito de Atmosfera Cero no
es propio, sino que está en seguir el camino marcado.
De entre lo más destacable encontramos las interpretaciones
de Sean Connery y Frances Sternhagen. Connery, que se encontraba en ese momento
de dejar definitivamente el papel de James Bond, aunque lo interpretaría por
última vez en Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983), fue nominado al premio Saturn a mejor actor, aunque aún no
había interpretado los papeles que lo llevarían a las mayores cotas de éxito en
su madurez como El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986), que le
valdría el BAFTA a mejor actor o Los Intocables de Elliot Ness (Brian de Palma,
1987), en el que se llevaría el Óscar a mejor actor de reparto. Sternhagen si
que ganaría el premio Saturn al que sería nominada como mejor actriz
secundaria, y es que Lazarus como comparsa cínica de O’Niel destaca entre el
resto de más bien soso reparto.
Para acabar, y siguiendo la tónica comparativa entre Alien y
Atmósfera Cero, hay un último apartado en que de nuevo resulta más que obvia
esta, por llamarla amablemente, inspiración en la película de Ridley Scott
rodada solo dos años antes: la música de Jerry Goldsmith, presente en la banda
sonora de ambos títulos, totalmente instrumental en ambos casos, y que en el
caso de Atmósfera Cero recuerda en algunos cortes tanto a la de Alien, que
juraría que Goldsmith se está autoplagiando.
No deja de ser curioso revisar una cinta tan descaradamente
inspirada (por ser benevolente) en Alien, el octavo pasajero, y la estela del
éxito que dejó tras de sí. Lástima que el interés por la trama no esté a la
altura de ese sucio e industrial futuro, pues si como película policiaca y
remake velado de Solo ante el peligro quizás no acabó de funcionar, otra
historia de ciencia ficción más dura podría haber funcionado. ¿Y a vosotros que
os pareció queridos retrovidentes?
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