Los Inmortales: Una mirada crítica
Vaya por delante que Los Inmortales (Highlander, 1986) es una de esas películas de los ochenta, como tantas otras, que me entusiasma, y que he visto en más ocasiones de las que puedo recordar y revisiono de vez en cuando… de hecho hoy ha sido esa última revisión, hecho que me ha motivado a escribir esta entrada en La Retrovisión.
“Del amanecer de los tiempos venimos. Hemos ido apareciendo silenciosamente a través de los siglos hasta completar el número elegido. Hemos vivido en secreto luchando entre nosotros por llegar a la hora del duelo final, cuando los últimos que queden, lucharán por el premio. Nadie jamás ha sabido que estábamos entre vosotros...hasta ahora.”
Juan Sánchez-Villalobos Ramírez - Los Inmortales
Reflexionando tras este último visionado, he llegado a la conclusión que Los Inmortales (Highlander, 1986) tiene muchas cosas buenas, como la música de Queen, la bella fotografía de las tierras altas de Escocia o esas escenas retrospectivas sobre la vida de Connor McLeod (Christopher Lambert) que no dejan de ser curiosas, pero siendo honestos, no es de las películas que mejor han envejecido y también plantea muchas más preguntas de las que responde, lo cual hace que su clímax no resulte todo lo satisfactorio que debiera, o que por lo menos deje una sensación de que podría haber sido aún mejor invirtiendo un poco más de esfuerzo en su producción.
Evidentemente no es algo de lo que me haya dado cuenta ahora, y entre sus defectos más obvios salta a la vista que, técnicamente, algunos de sus efectos especiales a día de hoy chirrían bastante: los bloques de piedra de la morada de Connor que caen rodando se ven de forma bastante evidente de cartón piedra, y esos efectos grandilocuentes de explosiones y rayos a golpe de espada resultan ya demasiado inverosímiles y forzados, pero eso no es nada más que el reflejo del mal del paso del tiempo.
Por otra parte, y lo que más daño le hace, es que su enfoque es totalmente lineal aunque intercale los flashbacks que nos explican la historia de Connor, y su desarrollo demasiado casual como si no hubiera un épico trasfondo de seres inmortales que de forma inexorable se ven cada vez más atraídos a la destrucción mutua. Es como si la historia aceptase por si misma su falta de pretensiones, cosa que por otro lado le favorece, pero al mismo tiempo la mina con una falta de profundidad de la que siendo honestos pecaban muchas otras obras de culto de los ochenta.
Hechos tan fantásticos como el que existan seres, que en palabras de Juan Sánchez-Villalobos Ramírez (Sean Connery) nacen diferentes, no reciben ninguna explicación, si acaso la misma de por qué sale el sol por las mañanas o por qué brillan las estrellas. Parece que existe una lucha entre representantes del bien como podría ser el propio Ramírez y Connor, y representantes del mal, aunque el único personaje mostrado como realmente malvado es el Kurgan, sobre el cual tampoco se conoce mucho de su origen. Y hay un premio… la lucha concluirá cuando solo quede uno que haya prevalecido sobre los demás en una lucha mortal, pero parece algo confuso también en qué consiste ese premio o quién lo entrega o por qué, y si acaso realmente el vencedor se ha hecho con él.
“Soy Connor MacLeod del clan MacLeod. Nací en 1518 en la aldea de Glenfinnan en las orillas del lago Shiel. Y soy inmortal.”
Connor McLeod - Los Inmortales
Abundando entre otras cosas no del todo satisfactorias, encontramos el desequilibrio entre los sentimientos que transmiten algunos de sus personajes. Siempre me queda una sensación agridulce entre el preciosista retrato que se consigue pergeñar con la bucólica vida de Connor y Heather (su malograda esposa, interpretada por Beatie Edney, escena ante la cual nunca puedo evitar soltar lagrimones como puños) con la indiferencia que me produce la protagonista femenina (Roxanne Hart como Brenda Wyatt, quien de hecho no es especialmente recordada por ningún otro papel). Mientras esa romántica estampa que transmite tan bien la tristeza del paso del tiempo para un inmortal que ve como pierde a quien ama, en una de las que quizás constituya una de las más tiernas a la vez que deprimentes escenas de la historia del cine a lomos de la potente voz de Freddie Mercury con la emotiva “Who wants to life forever”, la protagonista femenina, o para ser justos, sus escenas en el presente, no transmiten apenas ninguna emoción.
Esas lagunas de nivel están presentes en la propia selección del reparto. El carisma de personajes totalmente claves como el de Ramírez (Sean Connery) o ese acertado y logrado contrapunto malvado, el Kurgan (Clancy Brown), son los que soportan todo el interés de la historia y los que hacen que aún a día de hoy su visionado siga mereciendo la pena. Son estos verdaderos protagonistas los que se contraponen a personajes de relleno totalmente planos como el de la propia protagonista femenina, o totalmente innecesarios como el de alguno de los policías o compañeros inmortales como Sunda Kastagir (Hugh Quarsie), si bien aún la suya constituye una escena simpática para presentar el próximo sacrificio al Kurgan.
Honestamente ni el propio Christopher Lambert, quien da vida a Connor McLeod, fue nunca un gran actor, y si se salva es porque es el protagonista, si bien su interpretación no es ni mucho menos memorable (con un repertorio de caras que van de serio a cabreado y meditabundo)… el guion, o por lo menos su historia, si, pero incido, sobre todo, gracias a personajes como Ramírez en primer lugar como esa figura iniciática de maestro revelador de la verdadera naturaleza de Los Inmortales, y del Kurgan, como despreciable ser que debe ser a toda costa eliminado para que el bien prevalezca.
Por ser esta una visión crítica, no significa que no valore o desmerezca las cosas buenas del largometraje, que las tiene y muchas también. Algunas ya comentadas, como la figura de Ramírez en otra gran actuación del siempre carismático Sean Connery, que posiblemente se encontraba en uno de sus mejores momentos interpretativos tras abandonar la saga Bond (Nunca digas nunca jamás, curiosa película no oficial de la saga dirigida por Irvin Kershner que hizo volver a Connery al papel en 1983) y que rodaría después la mítica El nombre de la rosa (Jean Jacques Annaud, 1986) o la también largamente celebrada Los Intocables de Elliot Ness (Brian de Palma, 1987). Otras cosas buenas abundar en las cualidades interpretativas del reparto, la caracterización del Kurgan (Clancy Brown) como malvado mítico que por su estética tanto pudiera haber competido con el T-800 interpretado por Arnold Schwarzenegger (The Terminator, 1984).
Y no solo ahí están sus bondades. La preciosa fotografía de las tierras altas de Escocia, en donde se rodaron todas las escenas de la vida pasada de Connor McLeod, ofrece un excelente contrapunto a la oscura y sucia modernidad del Nueva York del Madison Square Garden (en cuyo parking se rodó el primer duelo mortal a espada) y las más amables tomas sobre el puente de Central Park (de las pocas escenas diurnas en la gran ciudad junto con la del zoológico).
Por otro lado, y siguiendo con los puntos fuertes de la cinta, las escenas retrospectivas de la dilatada vida inmortal del protagonista desde el siglo XVI, constituyen una original perspectiva que a momentos sirve de válvula de escape a los momentos más dramáticos, y constituyen por si solas pequeños relatos autocontenidos con una equilibrada y necesaria comicidad, que enlazan en ocasiones con sucesos o personajes del presente, como la dulce Rachel (Sheila Gish), la última persona a la que Connor se permitió en cierta forma amar.
Es quizás este el leitmotiv más acertado y el mensaje más potente de la cinta más allá de la frenética acción que transmite Los Inmortales. Mientras que lo normal es temer a la muerte, el verdadero temor de los inmortales consiste en vivir, con la carga que ello conlleva sobre perder a los que aman y quedan atrás, pensamiento manifestado tanto por Connor y transmitido magistralmente mediante las magníficas escenas con Heather, como por Ramírez y sus tres mujeres, mención especial a su querida princesa japonesa.
Es precisamente transmitiendo esos sentimientos donde más brilla la música de Queen (Freddie Mercury), con un tema principal, “Who Wants to Live Forever” (parte de A kind of Magic, 1986) como estandarte de ese pesar y dicotomía de la inmortalidad: ¿Quién quiere vivir para siempre? ¿Y para qué, siempre joven perdiendo a la amada que muere en tus brazos? La música de Queen en general, y esta canción en particular, es nada más y nada menos que lo mejor del largometraje y si esa canción en concreto va como anillo al dedo a la escena de Heather es porque fue escrita tras el visionado del corte de esa escena, consiguiendo una pieza irrepetible que la enmarca de forma magistral (y que ha sido versionada por otros grandes cantantes como Sarah Brightman).
En conclusión, todas las bondades aquí descritas y el potente mensaje que transmite aún Los Inmortales (Highlander, 1986), bien merecen aún a dia de hoy su visionado. Es un producto de su tiempo y de ahí algunas de sus carencias: algunas adquiridas por el paso del tiempo que no le han hecho del todo justicia y otras como su falta de profundidad en algunos aspectos por su falta de pretensiones que resulta en un arma de doble filo, pero que innegablemente por sus méritos pasados y su mensaje vigente la convierten en un clásico de los ochenta de todo derecho.
¿Y tú qué opinas? ¿Has tenido ocasión de revisitarla últimamente? Déjanos tus comentarios y dinos como de bien o mal crees que ha envejecido este clásico de los ochenta.
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