Cuanto peor vayan las cosas, mejor le irá a usted
Érase una vez que hubo uno de los más famosos y exitosos directores del Hollywood del cine de aventuras de los años ochenta, que pese a ser el creador junto a su amigo George de algunos de los personajes más famosos de la historia del celuloide, sentía que estaba desperdiciando su talento, puesto que estaba destinado a algo más grande, a algo que debía servir para dar voz y testimonio definitivo del que fue el sufrimiento de un pueblo entero, un sufrimiento al que se conocería como Holocausto, sobre el pueblo elegido al que él pertenecía.
Hablo efectivamente de Steven Spielberg, rey Midas junto a George Lucas de una industria en la que ya desde los tempranos ochenta e incluso antes, daría lugar a grandes éxitos del nuevo cine como Tiburón, E.T, la franquicia de Indiana Jones o posteriormente la de Parque Jurásico. Su cine, caracterizado por ser un creativo entretenimiento familiar de evasión, no era pese a su éxito lo suficientemente trascendente para su creador, y tras algunas incipientes incursiones más o menos afortunadas (el enfoque de su película 1941 de 1979 es cuanto menos discutible) al conflicto bélico que definió el orden mundial del siglo XX, los noventa iban a ser la década en la que se volcase en proyectos de tal magnitud.
“No olvidarán pronto el nombre de Schindler. Hizo algo extraordinario, algo que nadie más hizo; llegó aquí sin nada, una maleta e hizo, de una empresa en quiebra una gran fábrica.”
Oskar Schindler - La Lista de Schindler
Es así como empezó a fraguarse el proyecto de La Lista de
Schindler (1993) como tributo a los judíos de Oskar Schindler, largometraje por
el que recibiría el Óscar a Mejor Película y Mejor director. Este a su vez se
basó en la excelente novela El arca de Schindler (Thomas Keneally,
1982). Como comentaba, pese a que este no sería el primer acercamiento de
Spielberg entorno a la Segunda Guerra Mundial (destacando ya en los ochenta,
esta si de forma positiva, El Imperio del Sol, en 1987), la Lista de
Schindler sería en palabras del rabino de Spielberg “el regalo a su madre,
a su pueblo y en cierto sentido a sí mismo”.
La historia real de Oskar Schindler (1908-1974), que hacia el final de
la guerra consiguió salvar a unos 1.200 judíos polacos, es representada por
Spielberg en blanco y negro como el símil de la ausencia de color como representante
de la misma ausencia de vida en sí que produjo el Holocausto, si bien algunas
chispas de color como la famosa niña del abrigo rojo o la llama (de las velas
iniciales y en realidad de cualquier llama que aparece en la película, fijaos)
dan pie a metáforas con otras interpretaciones similares.
En esta historia hay tres partes claramente diferenciadas,
que, si bien están escritas, interpretadas y dirigidas con indudable maestría
en lo que sin duda constituye una de las obras cumbre del director, no están
por ello faltas de justificada controversia. Así, de entrada, se nos presenta a
un carismático Oskar Schindler (Liam Neeson), pícaro buscavidas mujeriego y
elegante galán (lo que vendría siendo un auténtico fucker, vamos…), un
contrabandista oportunista pero con corazón de oro a lo Han Solo con el que resulta imposible no
simpatizar pese a su inicial filiación nazi y falta de escrúpulos en explotar
personas para enriquecerse: ni más ni menos sus intenciones iniciales consisten
en aprovechar la tragedia de la guerra y la caída en desgracia de los judíos
como mano de obra esclava para enriquecerse lo máximo posible, para lo que no
dudará en atraer hacia su magnética influencia toda la pléyade de jerarcas
nazis que se convertirán en sus clientes.
Toda esta primera parte quizás sea la más amable del
largometraje y puede resultar controvertida en tanto a mostrar una incluso
demasiado edulcorada visión de la vida en el gueto de Varsovia, teniendo en
cuenta sobre todo que es mostrada en cierta forma (y contrapuesta a su visión)
a través de los ojos de un alemán (aunque sería más correcto puntualizar de un
checo de etnia alemana) explotador de judíos.
Algunas de las escenas en cuanto a su ingenuidad resultan cómicas por el propio carácter de Oskar (el casting de secretarias, la visita inesperada de su esposa…) y otras estereotipan el mito del “eterno judío”: liante, fullero (esa escena de la iglesia y el betún en botes de cristal), trapichero, estraperlista… incluso dispuesto a beneficiarse pasando a formar parte del propio sistema de maltrato de sus congéneres (como sería el caso del policía judío Marcel Goldberg, no exento de claroscuros).
Por eso no dejo de ver todo este primer acto como una
presentación sobre como las personas son capaces adaptarse a cualquier
circunstancia, antes de que las cosas se vayan totalmente de madre, cosa que
nadie quizás creía posible (ni los propios judíos), ante el dilema que la
solución final proponía, si estos debían ser mano de obra esclava, o lo
impensable (el exterminio), era la ilógica barbarie que se impondría.
Evidentemente conforme avanza la historia, el tono grave de
la cinta va in crescendo y las situaciones más ligeras dan paso a la más
cruda realidad tal y como se produjo de acuerdo con el testimonio de los
propios supervivientes de Schindler y del Holocausto en general. El punto de
inflexión para Oskar Schindler y su actitud respecto a lo que está ocurriendo a
los judíos se produce precisamente con la visión de la niña con un abrigo rojo
caminando sola por las calles del gueto durante su evacuación (y no será la
última vez que la vea), e Itzhak Stern (Ben Kingsley), contable de la fábrica
Emalia, empieza a actuar cada vez más como contrapunto que influye en la
conciencia de Oskar. En este segundo acto la relación entre Oskar y Goeth (o
Göth, Ralph Fiennes) es la que cobra mayor protagonismo, y en donde hechos cada
vez más brutales, comienzan a sucederse con impropia naturalidad… y aún así
Oskar aún habla de Goeth como ese encantador granuja mujeriego que tanto le
recuerda a él mismo.
“Un hombre roba algo, le conducen ante el emperador, se hecha al suelo ante él, le implora clemencia... él sabe que va a morir, pero el emperador le perdona la vida, a ese miserable y deja que se vaya. Eso es poder, Amon... eso es poder.”
Oskar Schindler - La Lista de Schindler
Conforme la guerra va a peor, la espiral de locura aumenta
(recuérdense aquí fatídicas escenas como la de la exhumación de cadáveres y
soldados enajenados disparando a las piras en llamas) y la supervivencia es más
difícil, pero Oskar está ya totalmente comprometido con los trabajadores de su
fábrica, y si al principio su única motivación era ganar dinero a toda costa,
su suerte final por querer salvar a tantos como sea posible será la ruina. Destacables
e inquietantes escenas en ese segundo acto con las que nos encontramos son por
ejemplo la del rescate in extremis de Hellen Hirsch (Embeth Davidtz) a
la carta más alta, o esa inesperada visita al infierno y a las duchas de las
mujeres de Schindler de la que milagrosamente salen indemnes.
La conclusión, más fabulística e idílica de lo que probablemente
fue la realidad, retrata el final de la guerra y el empeño de Oskar junto a algunos
colegas empresarios colaboradores (representando los “otros Schindler”, muchos
otros empresarios, funcionarios o diplomáticos que no fueron tan famosos como
Schindler pero que colaboraron en la salvación de cientos de vidas) en librar
del horror a cuantas más personas mejor hasta el punto de llevarse las fábricas
de los campos (con el absurdo coste que representaba) e instalarse en su
Zwittau (República Checa) natal. Incluso en los momentos finales el corrosivo
sentido del humor de Oskar sigue presente: “si alguna vez producimos un solo
proyectil que se pueda disparar me llevaré un disgusto”.
Como criminal de guerra, pues en sus propias palabras: “Me
he aprovechado de la esclavitud. Soy un criminal: a media noche ustedes serán
libres y yo un perseguido” … al anunciarse la rendición incondicional de
Alemania, Oskar debe huir con lo puesto ante la llegada del Ejército Rojo. Como
despedida, un solo anillo hecho con el oro de los dientes postizos de Simon
Jeret, uno de los judíos de Schindler, con una inscripción del Talmud: “Quien
salva una vida, salva al mundo entero”, que lamentablemente se perdió entre los
asientos del coche en el que Oskar partía hacia su exilio. El cierre en color
con los supervivientes reales d ellos judíos de Schindler, algunos de los
propios retratados en la obra de Spielberg acompañados por el actor que los
interpreta, es el broche de oro final de homenaje a Oskar, enterrado como
hombre justo en Monte Sion, el cementerio católico de Jerusalén.
Todo el metraje va íntimamente ligado a la ya inolvidable banda
sonora, fruto de la colaboración de John Williams, un ya legendario y habitual
colaborador de las películas de George Lucas y Steven Spielberg, entre otros,
con el violín del intérprete israelí Itzhak Pearlman, descendiente de judíos polacos
emigrados sobre las mitad de los años treinta a lo que sería el estado de Israel.
De entre los siete premios Óscar ganados por la película, uno de ellos
corresponde efectivamente a su banda sonora.
En conclusión, si bien el Holocausto ya se había mostrado
con anterioridad en todo su abominable esplendor en otras producciones precedentes
como Shoah (Claude Lanzmann, 1985, posiblemente la más conocida producción
anterior a la Lista de Schindler) o El Triunfo del Espíritu (Robert M. Young, 1985,
con unos enormes Willem Dafoe y Edward James Olmos), el mérito de Spielberg
como influenciador de masas, fue acercarlo al gran público teóricamente con todo
su realismo (si bien ya he hablado de cierta controversia o ingenuidad en
ciertos momentos), hecho que se comprueba además con la aparición de obras
posteriores que inciden en el tema con una mayor crudeza: La vida es bella
(1999), La Zona Gris (2001), El niño del pijama de rayas (2008)…
¿Y a ti que opinión te merece la cinta del rey Midas de
Hollywood? ¿Tuviste ocasión de vivir su estreno en el cine? Sabemos que algunos
de nuestros retrovidentes ya tienen una edad (como este mismo que escribe…) y
tuvieron la suerte de ver en primicia obras de culto hoy en día. Déjanos tus
comentarios, y nos vemos en la próxima entrega de La Retrovisión.
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