Retro, vicio y subcultura de los 70 a los 90s

sábado, 29 de enero de 2022

Euphoria: Smalltown Boys

No estaba yo muy convencido de ponerme a ver una serie sobre adolescentes de la que lo poco que sabía remitía a los temas trillados en este tipo de series, tópicos de siempre desde producciones como Sensación de Vivir (Darren Star, 1990) y que se repetirán hasta el fin de los tiempos: sexo, adicciones, problemas y microdramas varios… es decir, lo mil veces visto anteriormente. Quizás me acabó de animar el hecho de que el sello de la HBO suele prometer series de calidad (o al menos solía...), y que si todo el mundo tanto hablaba de Euphoria (Sam Levinson, 2019) por algo sería.

Euphoria es una serie en la que los personajes son lo de menos, no son los protagonistas, sino que en realidad cada personaje no es más que una especie de avatar que representa lo ruin y oscuro, ya sea un vicio, tara o llámesele como quiera: adicción al sexo, las drogas, la gula, la lujuria, la agresividad, los malos tratos… que son los verdaderos protagonistas de la historia llevados cada vez más al exceso hasta su extremo… porque que la serie se llame Euphoria no puede ser debido más que a que todo lo que se muestra es una hiperbólica exageración.




Como saturación por exageración, tiene el mérito de que es una serie que se hace sentir, vaya que si se siente, como un puñetazo en la cara cargado de “What the fuck?” (y pollas, muchas pollas) que no deja indiferente. Lo que aún no acabo de discernir es si el sentimiento que me produce o como me hace sentir me gusta o no, o en todo caso si eso es relevante, porque lo que importa es que como diría Ash en Alien, “admiro su pureza”: desde su perspectiva de continua hipérbole, Euphoria es explícita, cruel, cruda, brutal y honesta a su manera… pero tan bonita (y con musicón) que literalmente hace que mole todo aquello que no debería, interesante conflicto.

La manera en que tiene de desgranar las miserias de cada uno de los personajes desde su más tierna infancia, en ocasiones como apología de en lo que se acaban convirtiendo como adolescentes que parecen en el mejor de los casos dejados de la mano de sus progenitores, es tan descarnada y en ocasiones desagradable que ciertamente puede saturar emocionalmente: es como alguien que te obliga a ver algo que realmente no querrías o no deberías, o ni siquiera deberías saber que existe, pero que una vez lo descubres no puedes dejar de mirar, porque está mal, porque produce un extraño e incómodo picor en el lóbulo frontal de tu cerebro.




Ya decía antes que no es que se muestren por primera vez los temas en los que se centra en una serie de (que no para) adolescentes, y quizás la intención de HBO en principio era hacer sombra al fenómeno que supuso en su primera temporada 13 Reasons Why (Brian Yorkey, 2017), pero es que la analogía comparativa de Euphoria a la serie de Hannah Baker sería como poner frente a frente la Matanza de Texas con los Teletubbies, y creo que no hace falta que diga cual sería cual.

En cuanto al montaje, realización y fotografía, mucho se ha hablado ya, y si, la fotografía es particularmente maravillosa. Particularmente, si toda la serie fuera como el cuarto episodio de la primera temporada (Los que van de duros 2ª parte, el de la feria) vería la serie aún más embobado: planos contrapicados, primerísimos planos, explosiones de colores y fuegos artificiales en el cielo, las luces de las atracciones, bonitos travellings circulares sobre la cama de Rue en vertical… un alucinógeno set para una serie que se torna a ratos un tanto surrealista mientras cada personaje lleva su cruz.


“No era la violencia lo que le asustaba. Era saber que, no importaba lo que él hiciera, ella lo seguiría amando.”

Rue


Ciertamente da para llegar a pensar que como es posible tal concentración de personajes adictos, manchados, tocados por alguna tara de forma constante en un espacio tan reducido como un pequeño pueblo americano perdido, ya que es algo que puede poner en entredicho la verosimilitud de los personajes (que no al fin de la historia que prácticamente es lo de menos) pero desde la perspectiva de que lo que se muestra no es tanto un relato continuo (que también) si no la evolución, degeneración y consecuencias de los vicios, verdaderos protagonistas, no es tan extraño.

A nivel interpretativo mucho se habla de Rue (Zendaya), pero quien de verdad lo peta y me tiene totalmente fascinado con su caracterización e intempestiva actividad nocturna es Hunter Schafer (Jules), activista dentro y fuera de la pantalla de los derechos LGBT y con una de las historias más turbias y deprimentes dentro del show.




Para concluir, supongo que es un consuelo y buena noticia saber que la vida de los adolescentes reales no se parece en nada a lo que se muestra en Euphoria (por lo menos la mía nunca fue tan movida), ni debe serlo porque al fin y al cabo, como ya he mencionado, estos adolescentes son un mero vehículo para hablar en general del lado oscuro e instintos más bajos que todos albergamos secretamente, verdaderos protagonistas del polipremiado show de Sam Levinson que no dejará indiferente a nadie.


jueves, 27 de enero de 2022

La Yihad Butleriana: Leyendas de Dune

Como no solo de cine vive el hombre, hoy hablaremos de literatura de ciencia ficción, más concretamente de la del universo de Dune y sus casas, pues con la puesta de moda de nuevo del Universo Dune gracias a la película de Denis Villeneuve (Dune, 2021), el caso es que me dio por explorar el origen de este universo tan veterano, con la serie de novelas de Leyendas de Dune, trilogía que da inicio a la historia de su universo a partir como mucho de notas dispersas dejadas por el ya difunto Frank Herbert, creador de los mundos de Dune.

Hará ya precisamente unos treinta años que leí por primera vez Dune, el primer libro que se escribió y obra maestra de Frank Herbert. Por aquel entonces no sabía nada de su universo más allá de la infumable película de David Lynch (Dune, 1984), si bien en su defensa debe añadirse que la producción fue un despropósito por múltiples problemas que darían para una publicación aparte. Para quien poco sepa de su universo, puede decirse que Dune es algo así como un cruce entre las casas de Juego de Tronos en un contexto extraterrestre con el salseo que ello conlleva y un grupo de ecoterroristas perroflautas llamado los Fremen que esperan a su Mesías y que lo único que querrían sería proteger los tesoros de su planeta Arrakis (Dune) de los expolios de los malvados Harkonnen, que explotan la especia Melange, un singular compuesto único en el universo alrededor del cual giraba todo lo que unía a su ficticio imperio galáctico: la presciencia, los viajes estelares, la prolongación de la juventud… un caro y adictivo producto.




Claro que había también muchos más actores extraños y con sus propios intereses secretos e inenarrables: las maquinaciones de las Bene Gesserit, con su obsesión con los linajes genéticos y el advenimiento del Kwisatz Haderach, la Cofradía Espacial y sus cruceros capaces de plegar el espacio para cruzar en sus viajes estelares grandes distancias en segundos, o la CHOAM, la federación de comercio esa de la que no hay Dios que entienda exactamente como funciona… solo por citar algunos ejemplos, siempre con permiso desu majestad Shaddam IV Padishah, emperador del universo conocido.

Justamente, los orígenes de todas estas misteriosas hermandades y las antiguas y legendarias casas de Dune (el Landsraad) son los que se narran a través de los acontecimientos descritos en la Yihad Butleriana, la trilogía de novelas de Leyendas de Dune que dan pie a algo menos de dos mil páginas escritas a partir de las notas de Frank Herbert por su hijo Brian y Kevin J. Anderson, otro experimentado autor de ciencia ficción al que ya conocía gracias a sus incursiones en los mundos del Universo Expandido de Star Wars.

La Yihad Butleriana no es más que la épica historia de la supervivencia de los restos libres de la humanidad contra las Máquinas Pensantes, representadas en primera instancia por la entidad Omnius, una inteligencia artificial que en la antigüedad cobró consciencia de si misma expandiéndose por todos los planetas de los hombres y esclavizándolos bajo su dominio tras que Los Titanes, unos series medio máquina medio hombres llamados cimek (antiguos humanos tecnificados los cuales solo conservan sus cerebros en contenedores de preservación), hubieran derribado el Imperio Antiguo en su decadente sopor.




Antes del surgimiento de las grandes casas, los planetas libres bajo el mando de la Liga de Nobles, precursora del Landsraad, subsisten en base a un precario equilibrio con las máquinas tras más de 10.000 años de dominio de la inteligencia artificial en sus dominios, antiguos bastiones humanos conocidos ahora como los Planetas Sincronizados. La historia de Leyendas de Dune, que no aún la Yihad, comienza precisamente cuando Los Titanes, sometidos incluso ellos a la voluntad de Omnius, atacan el planeta capital de la humanidad libre, Salusa Secundus, en la defensa del cual leemos mención por primera vez a uno de los primeros héroes de la antigüedad: Xavier Harkonnen… como posteriormente descubriremos a Vorian, el fundador de la casa Atreides, hijo del líder de Los Titanes, Agamenón.

¿Pero qué es entonces la Yihad Butleriana y de quien toma su nombre? La familia Butler, o más concretamente Manion Butler, se nos presenta como el líder de la Liga de Nobles de la humanidad libre. Serena (Butler), su hija, la que da en realidad nombre a la Yihad, es una joven apasionada que busca unir los esfuerzos de la humanidad en la lucha contra las máquinas pensantes. En un irreflexivo acto de sacrificio para liberar el planeta Giedi Prime del dominio de las máquinas cae prisionera de estas y es llevada a la Vieja Tierra, donde es esclavizada por el robot independiente Erasmo, quien la toma por una especie de mascota con la que comprender mejor el razonamiento humano.


“Los Butler no servimos a nadie.”

Lema de la Casa Butler


Para no destripar el primero de los volúmenes que componen Leyendas de Dune y que precisamente lleva por titulo “La Yihad Butleriana”, solo añadiré que Serena pasa a ser algo así como una futurista Virgen Maria que da a luz la llama por la que la humanidad declara una guerra santa (Yihad) contra las máquinas pensantes en la que no cesará hasta la destrucción de Omnius, con gran destrucción, variados holocaustos y vicisitudes alucinantes por el camino que documentan acontecimientos como el descubrimiento de la especia Melange, la fundación de las escuelas de la mente humanas de las hermanas Bene Gesserit o los orígenes de la Cofradía Espacial.

Ciertamente, pese a la magnitud de su prosa con las prácticamente dos mil páginas mencionadas y pese a que el inicio puede resultar algo extraño si lo que se espera es una continuación de la historia de las aventuras de Muad’dib, la trilogía despliega una fauna de alucinantes personajes tanto por el lado humano como por el de las máquinas (creo que de todos ellos mi favorito ha sido Erasmo…) que hacen que su lectura se torne tan adictiva como el de la especia Melange.

Por si no fuera poco, una vez acabado el ciclo de Leyendas de Dune me he puesto con la trilogía de Preludio a Dune, el prefacio a los hechos acaecidos en el libro original de Frank Herbert, en donde la casa Harkonnen gobierna aún en Arrakis y Leto Atreides no tiene aún más de catorce años… ya os contaremos en La Retrovisión si estos (escritos de hecho incluso antes) mantienen el nivel de la gloriosa Yihad Butleriana.

martes, 25 de enero de 2022

Way Down: De piratas y corsarios

E aquí la última película chorra fetiche de Mediaset: una especie de versión Lite de La Casa de Papel (Álex Pina, 2017) a modo de sueño húmedo de Odissey Marine Exploration, la empresa americana que ya tuvo algún altercado y fue empapelada por la justicia de varios países, incluida la española, por el dudoso rescate de pecios hundidos cargados de tesoros.

La premisa presentada por Way Down es justo esa: el descubrimiento y rescate del pecio de una de las naves perdidas del corsario (que no pirata, cuidado) Francis Drake es interrumpido por las malvadas lanchas de la Guardia Civil con el logo de “Hacienda somos todos” y los valiosos vienes de la antigua siniestrada nave quedan confiscados por la benemérita y depositados en la cámara de seguridad del Banco de España, del cual risiblemente se vende su seguridad como uno de los lugares más inexpugnables de la Tierra con unos ingenios a prueba de butrones que ríase usted de los cachivaches del doctor Bacterio.



Salta a la vista que la última cinta de Jaume Balagueró le echa morro y se monta al carro del éxito celuloso de la casa de ídem, si bien lo más risible son los topicazos sobre cómo nos deben ver los anglos expresados en boca de actores internacionales como el juego tronero Liam Cunningham (encasillado en su papel de marinerito de Caballero de la Cebolla) y el buen Norman Bates de Freddie Highmore como infalible nerd.


“Necesito tu mente. Porque no solo busco una solución a un problema… No sé ni cuál es el problema.”

Walter a Thom

El alucine de las viejas glorias nacionales (Jose Coronado, Luis Tosar…) debió ser mayúsculo ante lo inenarrable del guion y su épica locación temporal en pleno mundial de futbol de 2010 en el que Españita antes de la caída fue grande un día más ganando el Mundial de Futbol de Sudáfrica (¡Waka, Waka!). Este es uno de los psicotrópicos puntos de crucial importancia en los que se sustenta la acción, entre otros topicazos que paso a documentar con regocijo a continuación.

El primero, eso de que los ingleses han sido de toda la vida de Dios unos piratas es totalmente falso. En todo caso eran corsarios al servicio de la corona inglesa y los malvados son los picoletos por abordar una operación de rescate a las bravas aunque los tesoros estuvieran en aguas nacionales y su pertenencia correspondiera a los Austrias.

El segundo, pese a que el Banco de España es el lugar más seguro del mundo, cuatro mataos pueden colarse tranquilamente por la ventana, que aquí no pasa nada. Y en el lugar más seguro del mundo, el gobernador del banco que es como el abuelo de Médico de Familia (si, la del Aragón) fuma por la ventana y el jefe de seguridad (Gustavo, sin más, pedazo construcción de personajes) es un energúmeno malcarado con cara de pocos amigos a quien pese su sapiencia no hacen más que colárselas dobladas.



Y es que para acabar, y que no es poco, en todo momento cual milagrosos Deus Ex Machina a lo Equipo A todos los miembros de la banda salen impunes y enteros de las situaciones más inverosímiles en un prodigioso corre corre que te pillo, Iniestazo mediante, en el que acaba degenerando la acción. Será por eso, que como no son piratas ni ladrones eso de mangar en realidad no se les da tan bien, pero de lo que se dice potra van sobrados.

Pese al despropósito, bueno… se puede decir que puede verse y sirve para pasar un rato de noche de sábado no demasiado bochornoso, por lo que aunque sea por el simple entretenimiento le daremos un aprobado en La Retrovisión... y es que se me hace cuanto menos extraño, que Jaume Balagueró más conocido por sus REC y películas de terror en general, se embarcase en un género tan trillado, con un referente como es el de La Casa de Papel difícil de mejorar, y menos con un largometraje simple y alimenticio que parece más un producto de marketing que una propuesta seria, del cual dejan para más inri un final abierto que promete segunda parte.


lunes, 24 de enero de 2022

Munich, En vísperas de una guerra I spy with my little eye

Si bien aquí compite mi interés personal en el conocimiento de los hechos históricos más relevantes del siglo XX, en especial todo lo referido a las guerras mundiales, con lo que pueda encontrar relevante, interesante y memorable en una película como lo que busco como cinéfilo, se me añade una tercera variable que como poco me parece curiosa en su coincidencia espacio temporal con los sucesos que están acaeciendo entre Rusia (Alemania), Ucrania (Checoslovaquia) y la OTAN (los Aliados).

¿Será que Netflix cuela subrepticiamente en nuestro salón la correcta percepción de la interpretación de los hechos pasados de acuerdo a la ortodoxia del régimen para que reparemos en las flagrantes semejanzas históricas de hechos pasados con los que nos ocupan estos días? Sin duda sin ser nada premeditado y dejando magufadas aparte, pues no creo que ni aun queriendo pudiera haberse dado esta casual coincidencia de fechas y hechos, podríamos llegar a establecer conexiones sobre que si se hacen concesiones ahora a Rusia ese no será el fin, y acabaremos en otra guerra mundial.




Pero bueno, como no estamos aquí para hablar de geopolítica ni equilibrios de poder, centrándonos en la película de Christian Schwochow encontramos la dramatizada versión de los hechos de la Conferencia de Múnich que supuso el vergonzoso abandono de Checoslovaquia por parte de los Aliados a su suerte en el hecho más relevante del apaciguamiento a Hitler en 1938 como preludio a lo que sería el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Cabe destacar que si la cinta presume de una factura técnica impecable, y hace una clara exposición de los hechos históricos y sus posibles consecuencias, ya fuera ante la cesión o la oposición a la anexión por parte de Alemania de los Sudetes, la trama subyacente de espionaje con contactos entre viejos amigos en bandos enfrentados se hace un tanto innecesaria y poco creíble, lo que añade una pátina de redundancia a la exposición de hechos históricos que no añade un gran interés.




El argumento, obviando la innecesaria trama de espías, es el que es y da para lo que da. La cinta intenta construir una especie de epopeya de ominosa atmósfera sobre el desarrollo de un hecho prebélico de relativa importancia, en un intento un tanto descarado de lavar la memoria del tibio primer ministro Neville Chamberlain, que con todos sus defectos continuaba siendo mejor que cualquier Boris Johnson de turno.

Dado el actual clima prebélico en el este, parece incluso una especie de aviso para navegantes en el tono de “¡os lo dije!” si comparamos lo que pasaba en la Europa de los tardíos años treinta con lo que está pasando ahora en los confines de Rusia (ocasión no echada a perder de dar a entender que Putin no es tan diferente de Hitler, aprovechando un interés bastante partidista leyendo entre líneas, que quien no recuerda la historia está condenado a repetirla y blablablá).

En cuanto a interpretaciones, seguramente quien más brilla dada su experiencia sea el Neville Chamberlain de Jeremy Irons, presentando como contraparte las posiblemente más feas versiones de los gerifaltes nazis, mención especial al Hitler esmirriado de Ulrich Matthes por mucho hipnóticos ojos azul eléctrico que presente. Tampoco acabo de entender que pinta Liv Lisa Fries en todo este embrollo (la encantadora Lotte de Babylon Berlin), aunque su presencia siempre sea bienvenida.




En conclusión, un buen ejercicio de cine histórico para los amantes del género de La Retrovisión, con una factura técnica impecable pero que resulta agotador en su intento de dar una vuelta de tuerca a unos hechos de dudosa relevancia dentro de la política de apaciguamiento a Hitler con esa trama totalmente innecesaria de jugar a los espías entre diplomáticos y dar un masaje a la memoria del buen Neville. Tolerable, aunque no memorable.


sábado, 22 de enero de 2022

Summer of 84: Los 80 ya no son una década, sino una idea

Que este blog  de La Retrovisión nuestra de cada día tenga como temática sobre los setenta, ochenta y noventa no significa que se centre exclusivamente en cualquier tipo de obra producida en esas épocas, y de hecho ya hay algún que otro post referido a cosillas actuales.  No obstante, lo cierto es que el ejemplo del que vamos a hablar en el artículo de hoy tiene una pequeña trampa, ya que pese a ser una película bastante reciente, veremos que es una producción que contiene todos los elementos para ser considerada una obra de culto ochentera, pues no es nada más ni nada menos que como una película de los ochenta, pero rodada hace solo tres años, y es que como el título indica, los ochenta han dejado de ser una década para convertirse en algo así como un concepto idealizado (y en ocasiones prostituido).

A la sombra de la actual moda de recuerdo constante de los queridos ochenta, ha surgido un subgénero de productos que de forma más o menos afortunada rememoran generalmente de una forma idealizada esa época. Quizás el caso más conocido y exitoso será la serie de Netflix Stranger Things (los hermanos Duffer, 2016), pero ha habido otras producciones recientes como Super 8 (Steven Spieberg, 2011) o la que nos ocupa en este artículo, Verano del 84 (Summer of 84, Anouk Whissell, François Simard y Yoann-Karl Whissell, 2018) que siguen ese mismo principio de lo que vendría a ser el New Retro Wave (NRW) en el campo de la música.



El caso de Summer of 84 al tratarse de una película bastante independiente, prácticamente indie, no es tan conocido como el de la omnipresente Stranger Things, pero constituye tal delicia de sucesión de clichés ochenteros enlazados con tanto amor, que parafraseando al “More human tan human” de Blade Runner, se podría decir de la cinta de terror y misterio de Anouk Whissell, François Simard y Yoann-Karl Whissell que es “Más ochentera que los ochenta”.


“Hasta los asesinos en serie son vecinos de alguien.”

Graham Verchere


Para trillado el propio argumento, con esa fijación ochentera por el vecino tan vista en películas de culto como Noche de Miedo (Tom Holland, 1985), y la fascinación por los asesinos en serie: durante el verano de 1984 están desapareciendo niños en un tranquilo pueblo costero en el que vive Davey, un adolescente aficionado a las teorías conspirativas, que sospecha que su vecino, Mackey, un agente de policía, es en realidad un asesino en serie. Será así como con la ayuda de sus tres mejores amigos, Davey comenzará una investigación que se vuelve muy peligrosa conforme la verdad emerge a la luz.



Pero es que no es el argumento lo más atractivo de esta cinta, si no esa nostalgia y el sentimiento que nos produce el rememorar un idealizado y olvidado verano de los ochenta que realmente nunca vivimos (ni aunque realmente como servidor ya existiéramos en el 84). No será casualidad tampoco que 1984 fuera quizás el verano de los ochenta por excelencia, año en el que se estrenaros producciones como Conan o los Cazafantasmas. La conexión mental es como ese acertado comentario que leí una vez acerca de una de estas nuevas y maravillosas baladas de New Retro Wave: se siente como estar sentado en la arena caliente de una playa (probablemente de Miami) sintiendo la brisa en tu rostro bajo la luz dorada de un melancólico atardecer de finales de verano.

Es el sentimiento lo que produce que Summer of 84 cale tan hondo, por lo que esta relación entre banda sonora y metraje viene muy a cuento. Sin duda es uno de los puntos fuertes que ayuda a plasmar esta onírica atmósfera de idealización ochentera es la música de Le Matos, grupo canadiense de música electrónica New Retrowave colaborador habitual de los creadores de Summer of 84. ¿Y es que quién no puede enamorarse con la visión de Tiera Skovbye ejerciendo de DJ con los acordes de Cold Summer de Le Matos? Sin dejar de mencionar también el tema principal del malvado vecino Mackey.




Y pese a los idealizados ochenta, no todo es tan plácido ni inofensivo como parece, y es que como ya he comentado en otras ocasiones, no hay terror más terrible que el de lo cotidiano, y justo delante de nuestra puerta pueden esconderse los monstruos más terribles a los que no deberíamos provocar si no queremos exponernos a las posibles consecuencias de unos años ochenta crepusculares que también contenían una buena cantidad de sombras… aquí también plasmadas en su inquietante conclusión, que demuestra que al fin y al cabo no todo era tan feliz y ya entonces los monstruos si existían.



Por estas razones, Summer of 84 es una cinta muy lograda, que destila amor por los ochenta y que posiblemente sea una de las más infravaloradas películas de terror de los últimos tiempos, eclipsada sin duda por producciones más simpáticas como Stranger Things, sin un lado oscuro verdadero como la del verano del 84, por lo que escribir sobre esta joya canadiense se me antoja, como poco, un digno ejercicio de difusión entre los retrovidentes que ayude a poner su propuesta donde le corresponde y darla más a conocer.


lunes, 17 de enero de 2022

Archivo 81: Lovecraft camina entre nosotros

Sandy Petersen, autor del maravilloso juego de rol basado en los mundos creados por H.P. Lovecraft, parafrasea a otro escritor el nombre del cual para ser honestos no recuerdo, que influenció la obra del autor de los Mythos y que describe los ingredientes indispensables para crear de forma magistral un relato de terror que consiga ese efecto de terror y suspense tan deseable por los autores y tan disfrutable para, llámese el lector, o en este caso consumidor audiovisual.

La clave tan buscada en incluso aquellas viejas veladas de partidas roleras durante los noventa, es que la historia a contar debe asemejarse a una cebolla, debe ser una historia compuesta por capas, quizás aparentemente inofensivas en su exterior, pero capas que a medida que se despliegan ahondando en la historia, lo más probable es que conduzcan a los más insondables horrores que hagan tambalear los pilares de la misma existencia poniendo a prueba nuestra cordura.



Archivo 81 lo peta siendo magistral y modélica siguiendo este esquema para plasmar el arquetipo de historia de horror cósmico lovecraftiano y aunque de forma oficial no presuma como relato de los Mythos, estoy seguro que mucho de ello hay en su trasfondo. Aquí no hay menciones oportunistas y más bien malintencionadas al autor de Rhode Island como en el caso de su uso como reclamo en la infame "Territorio Lovecraft", pero si mucha cosmovisión afín a sus relatos que a 2022 aún ponen la piel de gallina y despiertan aquellas emociones nostálgicas de las partidas a Cthulhu de antaño: nuestra realidad está rodeada por todos lados de terribles dimensiones paralelas pobladas por los más abyectos seres y la capa que separa estos mundos es tan fina como frágil es nuestra cordura cuando descubrimos esta verdad en forma de revelación generalmente horrenda.

Estructurada en tres líneas temporales bien diferenciadas por un hecho ya típicamente temático de la obra Lovecraftiana (el paso de un cometa que se sucede cada 70 años), la acción se desarrolla durante los años 20 (época contemporánea a Lovecraft y de la ambientación clásica de sus relatos y… oh… si… del juego de rol clásico), los años noventa y el presente.



Líneas temporales aparte, la acción también se desenvuelve de acuerdo con las consabidas capas de cebolla descritas por Sandy Petersen en donde hechos aparentemente casuales dan lugar al despliegue del cada vez más insondable terror que nos enseña que el velo existente entre nuestra realidad y otras dimensiones es tan fino que puede ser rasgado para mirar que hay tras él, y que lo que hay tras la inestable capa de nuestra realidad puede ser un ser de infinita maldad cuya única visión acabe con nuestra cordura.

Así, conforme se desentrañen los entresijos de la aparentemente inofensiva premisa del trabajo en la restauración de unas cintas viejas, no será extraña la aparición de los lugares comunes de la literatura lovecraftiana que conforman el universo de los Mythos: brujas, sectarios, inconfesables cultos y sacrificios rituales,  horror cósmico y macabros seres interdimensionales de inenarrable maldad invocados por inconscientes aficionados al ocultismo que preparen el advenimiento de antiguos y primigenios seres que escapan a su entendimiento… pues no está muerto lo que yace eternamente y existen extraños eones en los que incluso la muerte puede morir.



Subjetivamente, siempre he sido un amante de los relatos basados en el universo n-dimensional y no euclidiano creado por H.P. Lovecraft, dicho lo cual es fácil entender hasta el punto que me ha gustado esta clásica historia de horror gótico que aunque ambientada en tiempos modernos destila ese puro gusto lovecraftiano del cual curiosamente no se jacta. Fuera pues como mera historia de horror inesperado, recomiendo fervientemente a los seguidores de La Retrovisión su visionado por el gran disfrute garantizado a todos los entusiasta del horror psicológico y cósmico.