Matrix Resurrections: Cerrando por derribo
Pasado apenas un mes desde el lanzamiento de Matrix Resurrections (Wachowski Sisters, 2021), en el artículo de hoy hablaremos del regreso de una de las más celebradas sagas de los noventa con esta su más que probable última entrega. Si Matrix (Wachowski Brothers, 1999) en su primera entrega introdujo conceptos revolucionarios como el del tiempo bala, copiados en otras producciones como Equilibrium (Kurt Wimmer, 2002) con la que en ocasiones se la compara, no es que tardara mucho en degenerar una franquicia que se perdería irremediablemente en sus posteriores entregas en su propia mitología ininteligible.
Han tenido que pasar prácticamente veinte años desde el sitio de Zión y los hermanos Wachowski han tenido que cambiar de sexo para poder volver a Matrix, con metachistes y chascarrillos incluidos que indican hasta qué punto este retorno puede haber sido decisión de las hermanas o de la presión de la Warner, avariciosa productora que sin embargo se ha pegado el batacazo del siglo con la recaudación de una película que ya es considerada un sonoro fracaso comercial.
Lo mejor de ponerse a ver una película de la que no
albergas ninguna esperanza tiene sus ventajas. Es la némesis del hype. Si al final incluso resulta que lo que
se esperaba un fiasco antológico resulta que no es para tanto y es
mínimamente visible, el efecto puede ser el contrario, lo que igual es dudosamente
pasable puede parecer más que aceptable. Creo que esa es la experiencia que he
vivido con Matrix Resurrections, cuando en realidad es un quiero y no puedo… y
eso siendo benévolo ya que tengo dudas hasta del quiero, y conforme pasan los días más irritante me parece el espectáculo presenciado.
Si la primera me pareció en su día una revolución y obra
maestra y la segunda ya la denosté en su tiempo con ojoplática mirada, esta cuarta entrega me produce
sentimientos encontrados que al principio parecían empujarme a una
reconciliación con la franquicia en la primera parte de la cinta, pero que desde el inicio de su segunda parte hasta el final demuestra estar con
las mismas que hace ya veinte años vimos que se cargaban la idea original.
Quizás el mérito de esta nueva entrega sea el conseguir dar una vuelta de tuerca al concepto de reboot, derivando más a los terrenos del metacine que cual sueño a lo Antonio Resines convierte a los protagonistas de la primigenia trilogía en meros espectadores desconocedores de sus logros pasados contra las máquinas, sumidos en una nueva caverna de Platón ajena a la realidad.
En este sentido lo mejor de la película es sin duda su primera parte, con ese cachondeíto de que no se sabe muy bien lo que está pasando y por dónde van los tiros. Aun así, bajo la resurrección aún se huele el grasiento olor a refrito por muchas ganas que se pongan y mucha nostalgia que de entrada pueda amortiguar esa falta de expectativas de la que hablaba al principio, y así es que poco a poco todo va colapsando bajo su propio peso.
“No creo en el destino porque odio pensar que no soy yo quien controla mi vida.”
Sr. Anderson
Si la reproducción de escenas de otras entregas desde un
punto de vista diferente al principio podía haber tenido su gracia como
revisitación metafísica, es a partir de cierto momento en el que empiezan a
aparecer fragmentos y personajes de las otras entregas sin venir mucho a cuento
que se acaba con esa inicial frescura.
Plagada de entelequias, perdiéndose en tecnicismos y tomando
sus propias carreteras secundarias que esconden una falta total de un sólido argumento, no hay forma de montar un nuevo relato
consistente que no vaya más allá de la sobreexplotación de los lugares comunes
ya conocidos con una pincelada aquí y allá de algunas nuevas ideas que pese a
poder ser interesantes nunca son desarrolladas de forma satisfactoria.
Hasta la acción me acabó produciendo una pereza somnolienta (esto es completamente real… por poco no aguanto despierto al final) y es en eso una vez más en lo
que acaba degenerando esta última entrega sin un argumento claro de Matrix:
cansina acción sin sentido prolongada hasta la extenuación en una historia que
no parece importar a nadie y que cuyo clímax, en cuanto se produce cierra la
película como si hubiéramos presenciado un eterno prólogo de algo más que está
por venir.
Pues conmigo que no cuenten, pero eso si, está claro que un
día los gatos dominarán el mundo, avisados quedáis todos los seguidores de La Retrovisión, a la Catrix me remito.
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